
Fedrico A.Jovine
La Tercera Ley de Newton postula que a cada acción se opone una reacción igual, en sentido contrario… y esto aplica para todo. Si pensásemos más en Newton y menos en otras cosas, probablemente andaríamos con más cuidado por la vida, elegiríamos mejor las palabras y seríamos más cautos al momento de gestionar la cosa pública.
No se puede dar lo que no se tiene y no se puede exigir a otro lo que es incapaz de dar. Más que ponderaciones técnicas sobre lo hecho o dejado de hacer, el prisma de decodificación para abordar el apagón nacional del martes, cuando todo el país se quedó sin energía, debe ser los niveles de competencia de los titulares del sistema. Competencia para gestionar, administrar, planificar, ejecutar, prevenir y mitigar todo lo vinculado al sector eléctrico. Tanto lo ponderable, como lo imponderable.
La naturaleza del problema es eminentemente técnica, y, por tanto, determinar qué pasó, y dónde recae la responsabilidad, es un asunto de técnicos, no de profanos. Ojo con eso.
Si el sistema eléctrico nacional estuviera suministrando energía a cada hogar de manera constante; si anualmente no hubieran pérdidas financieras multimillonarias; si las pérdidas técnicas y no técnicas no aumentaran constantemente; si en cinco años se hubieran instalado las plantas programadas en el tiempo previsto; si se hubieran comprado los medidores; si no se hubiera olvidado comprar el carbón de Punta Catalina (y, de premio ante tanta incompetencia, regalar un consulado); si no estuviéramos atrasados en generación, transmisión, distribución, facturación, cobro, –etc.–; quizás lo de ayer se dejaría pasar, pues, al fin y al cabo, puede que sea simplemente un accidente.
El problema es que no. En el sector eléctrico, lo único que funciona a la perfección es la máquina de tener explicaciones para todo. Los niveles de eficiencia al momento de fabricar excusas son macondianos, y, por tanto, nada que hagan o digan estas autoridades eléctricas resulta creíble. No para una ciudadanía que sintió en carne propia el apagón general y sus consecuencias inmediatas (metro, teleférico y semáforos fuera de servicio; agentes de tránsitos dislocados, etc.). Una ciudadanía que se sintió abandonada a su suerte.
La imagen de la rueda de prensa de las autoridades eléctricas –el pasado martes– lo dice todo. El lenguaje no verbal de sus cuerpos proyecta derrota, abatimiento, desánimo, incomprensión, turbación… todo lo contrario a lo que uno esperaría ver en líderes decididos y capaces.
Ahora toca esperar un informe –como igual esperamos el informe de la explosión de San Cristóbal o el derrumbe del Jet Set– que, si llega, no será convincente, aunque técnicamente sí lo sea; porque con el apagón de ayer, lo que verdaderamente quedó a oscuras fue la confianza ciudadana en las autoridades del sector eléctrico.
La pregunta es: ¿qué más tiene que pasar en el sector eléctrico para que el presidente remueva a todas sus cabezas?