miércoles, octubre 22, 2025
Opinion

Si los hombres fueran ángeles

El constitucionalismo es una ideología liberal surgida como respuesta revolucionaria al absolutismo monárquico.

Es por ello que la división de poderes y los derechos fundamentales, entre ellos el debido proceso, le son esenciales. Mientras el absolutismo concentra el poder y lo confía en una persona ungida por los dioses o el destino, el constitucionalismo lo distribuye, y obliga a quienes lo detentan a aceptar los límites que están llamados a imponerse unos a otros.

En buen español, el absolutismo es un sistema que se funda en el derecho de unos pocos a someter a los demás, mientras que el constitucionalismo desconfía del poder. Por eso lo divide, lo limita, lo enfrenta. Todo para sofocar el impulso autoritario.

No es que el constitucionalismo niegue la necesidad de que el poder exista.
De hecho, es en el primero que se hace la organización más completa y profunda del segundo. Lo hace en la forma del Estado, ese Leviatán al que mira con ojo avizor.

Esa tensión entre poder y libertad, así como la relación de dependencia que existe entre ambos, fue lo que inspiró a Alexander Hamilton y James Madison a escribir en El Federalista 51 que: “Si los hombres
fueran ángeles, no hubiera necesidad de gobierno. Si los ángeles gobernaran a los hombres, saldrían sobrando lo mismo las contralorías externas que las internas del gobierno. Al organizar un gobierno que
ha de ser administrado por hombres para los hombres, la gran dificultad estriba en esto: primeramente hay que capacitar al gobierno para mandar sobre los gobernados; y luego obligarlo a que se regule a
sí mismo”.

¿Qué quiere esto decir para el buen funcionamiento de una democracia constitucional? Pues que a ninguna institución se le puede conceder el deseo de actuar sin controles, que el sistema funciona adecuadamente cuando un poder del Estado le pone límites a otro y que toda autoridad pública tiene que aceptar su sometimiento a la Constitución. Todo lo anterior tiene un corolario: En el constitucionalismo, las instituciones no se pueden diseñar tomando en cuenta a una persona particular.

Confiar en que quien ejerce una función pública se comportará como los ángeles es desoír la advertencia de El Federalista 51. Esa es una apuesta que los dominicanos hicimos en el pasado, y el precio pagado fue elevado.

No olvidemos nuestra historia, para no tener que repetirla.