El régimen castrista, encabezado por el títere sin alma Miguel Díaz-Canel, se enfrenta nuevamente al clamor de un pueblo asfixiado, esta vez a través de la voz valiente de los estudiantes universitarios, que han osado levantar la frente en medio del pantano ideológico y represivo donde el castrismo los ha mantenido sumidos por generaciones. Lo que estamos presenciando en los campus universitarios no es solo una protesta más motivada por el aumento en los precios del internet; es una señal inequívoca de que el miedo comienza a ceder terreno ante el hartazgo colectivo.
Hijos del fracaso económico crónico
Estos jóvenes, hijos del fracaso económico crónico, del racionamiento perpetuo, de la mentira institucionalizada y del adoctrinamiento forzoso, están diciendo ¡basta! al hambre, a la represión, a la falta de futuro. Son la generación nacida del desengaño, que ya no traga los gastados cuentos revolucionarios ni cree en los supuestos logros de una “revolución” que nunca fue tal, sino una tragedia nacional que ha durado más de seis décadas.
El régimen, como buen parásito agotado, se aferra desesperadamente a los restos de su retórica hueca y su maquinaria de represión. Incapaz de ofrecer soluciones reales, responde a la protesta estudiantil como siempre lo ha hecho: con vigilancia, con amenazas veladas, con detenciones arbitrarias y con el reciclaje de su gastado discurso de “agentes del imperio” y “contrarrevolución financiada desde Miami”. El cinismo es tan repugnante como predecible.
¿Qué puede temer un régimen si está tan seguro de su legitimidad? Todo. Porque hasta la más leve disidencia en un aula universitaria puede convertirse en una grieta peligrosa en el muro del absolutismo. Porque estos jóvenes, al igual que los del 11 de julio de 2021, ya no temen, o si temen, han decidido gritar a pesar del miedo.
Mendicidad internacional
Y es que ya ni la mendicidad internacional los sostiene. Sin el petróleo venezolano, sin el crédito de los rusos y con un México tambaleante en su rol de salvavidas ideológico, el castrismo se ve obligado a tensar aún más su red de control sobre una población exhausta. La dictadura sobrevive a base de apariencias, de controles, de un poder policial que lo único que produce es miedo, y que solo se sostiene mientras el pueblo lo acepte en silencio.
Las protestas en los campus universitarios son apenas un murmullo, pero un murmullo que puede devenir en trueno. Y eso lo sabe bien la élite parasitaria de la Plaza de la Revolución. Temen que ese ejemplo se contagie, que las preguntas se multipliquen, que la rabia acumulada se vuelva consigna en cada aula, en cada barrio, en cada rincón donde aún se arrastra la miseria disfrazada de épica revolucionaria.
Cada palabra cuenta
La juventud cubana no debe detenerse. No hay marcha atrás posible. Cada palabra dicha en voz alta, cada cartel escrito a mano, cada paso hacia la dignidad, debilita el andamiaje podrido de un régimen que sólo sobrevive por inercia. Que tiemble Díaz-Canel. Que tiemble Raúl Castro y su camarilla. Que tiemble ese Estado decrépito y voraz que se alimenta del dolor de su pueblo.
¡Cuba no es una finca! ¡Los estudiantes no son soldados del Partido! ¡La patria es de todos, no del Comité Central! ¡Que la chispa encendida en los campus se vuelva incendio, que consuma la mentira y devuelva la libertad!
Por Cuba, por la verdad, por el futuro.
of-am
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