
En medio del caos del tránsito y el colapso del transporte público en Santo Domingo, plantear la mutilación del Jardín Botánico para ampliar una avenida no solo es una imprudencia: es una locura.
El Jardín Botánico Nacional es uno de los pocos espacios verdes que quedan en la capital, un respiro vital en una ciudad saturada de concreto, humo y bocinas. Atentar contra su integridad para justificar una “solución vial” es el equivalente a extirparle los pulmones a un paciente que ya no puede respirar.
Antes de operar, ¡hay que estabilizar al paciente!
La ciudad no necesita más parches, necesita planificación. No se puede improvisar con retroexcavadoras en mano cuando no se ha definido un plan integral de movilidad urbana. La solución no es tumbar árboles centenarios ni violentar áreas protegidas, sino crear un sistema de transporte colectivo eficiente, accesible, seguro y sostenible.
Cuando un paciente llega con múltiples fallas —en los riñones, el corazón y los pulmones—, el médico responsable lo estabiliza antes de pensar en una cirugía mayor. Igual debe hacerse con Santo Domingo: evaluar, planificar y actuar con racionalidad. De lo contrario, la cirugía podría matar al paciente.
El Jardín Botánico no es una opción sacrificable. Es patrimonio natural, refugio ecológico y espacio educativo. Su preservación es innegociable.
No es momento de destruir lo que nos mantiene vivos.
Es momento de pensar, planificar y salvar lo poco verde que nos queda.