lunes, noviembre 24, 2025
Opinion

La simpatía abre puertas, pero la estructura gana elecciones

Leonardo Gil

En la política moderna, seguimos atrapados en un espejismo recurrente: creer que el candidato más simpático, más carismático o más mediático es, por simple inercia, el que necesariamente ganará las elecciones.

Es una idea seductora, pero profundamente incompleta. Porque la simpatía abre puertas, sí; crea el primer vínculo, genera cercanía y construye una identidad emocional con el votante. Pero cuando llega la hora decisiva, cuando la contienda se vuelve técnica y los márgenes se estrechan, es la estructura —esa maquinaria silenciosa que no sale en las fotos— la que define quién gana y quién se queda fuera.

La política es emoción, pero también es logística. Es narrativa, pero también es territorio. Es discurso, pero también es datos, organización y disciplina invisible. En cada campaña exitosa hay un momento en el que el encanto del candidato deja de ser suficiente; ahí entra en escena la estructura: la organización territorial que levanta información, los equipos que miden el pulso del electorado, los cuadros intermedios que articulan sectores, los voluntarios que mueven masas, y la operación electoral que asegura que cada voto comprometido llegue a las urnas.

Muchos candidatos carismáticos han confundido aplausos con votos. Otros han interpretado encuestas favorables como garantías de victoria. No obstante, la realidad electoral suele ser más cruda: el carisma moviliza, pero la estructura convierte. Un candidato sin estructura es como un atleta sin preparación física: puede correr rápido al inicio, pero no llegará al final del maratón.

La simpatía, por sí sola, no suple las funciones de una maquinaria organizada. No reemplaza la segmentación, no sustituye el mapeo estratégico del territorio, no garantiza la fiscalización de colegios electorales, no asegura la defensa y el cuidado del voto. La simpatía puede llenar auditorios; pero la estructura llena urnas.

Los procesos electorales recientes en América Latina lo confirman. Ganan quienes construyen alianzas, quienes activan redes, quienes profesionalizan sus equipos, quienes entienden que cada barrio es distinto y que cada colegio electoral es un campo de batalla propio. Ganan quienes integran tecnología, datos, logística, mensaje y presencia territorial en una sola sinfonía estratégica.

Cada vez que un candidato subestima la importancia de la estructura, pierde. Cada vez que un líder cree que su sola presencia basta, se expone. Y cada vez que una campaña apuesta únicamente al “caer bien”, sin invertir en organización, disciplina y operación, queda atrapada en el terreno de la improvisación.

En cambio, las campañas que triunfan entienden un principio elemental:

la simpatía enamora, pero la estructura conquista.

Esa es la diferencia entre gustar y gobernar.

Y, al final, cuando las luces se apagan y llega el conteo, queda una pregunta inevitable:

¿Qué pesa más en una elección: el carisma del candidato o la capacidad de su estructura para convertir intención en votos reales?