
Por: Diego Area
En una bodega del Bronx se ve mejor el futuro de Nueva York que en cualquier sala de Albany o Washington. Ahí, un platanito con salami comprado al mediodía se convierte en remesas que alimentan hogares en San Pedro de Macorís, en microcréditos que permiten expandir el inventario y en gasto cotidiano que impulsa la economía local. Esa economía diaria muestra por qué la comunidad dominicana no es solo culturalmente vibrante, sino también un motor económico de primer orden.
Según el más reciente Registro Sociodemográfico del Instituto de Dominicanos y Dominicanas en el Exterior (INDEX), al cierre del 2024, había 2,874,124 dominicanos viviendo fuera del país, de los cuales más de 2.3 millones residen en Estados Unidos. Más de la mitad son jóvenes menores de 34 años reflejando el dinamismo, innovación y potencial económico de dicha comunidad. Nueva York concentra la mayor parte de esa población: un enclave que, si se organizara de manera sostenida, tendría un peso político y económico sin precedentes en la historia dominicana.
La diáspora en cifras
En 2024, el producto interno bruto combinado de los Latinos en Estados Unidos alcanzó los 4.1 billones de dólares, lo que ubica a la población latina como la quinta economía más grande del mundo si se midiera como país. Dentro de esa cifra, la diáspora dominicana en Nueva York, más de 700 mil personas, es uno de sus núcleos más potentes. Aun así, la narrativa dominante insiste en asociar los latinos con redadas, patrullas y deportaciones. Pero cuando uno mira la evidencia, lo que aparece es una comunidad que mueve la economía estadounidense.
En las elecciones presidenciales de 2024, Donald Trump obtuvo un 42 % del voto latino, el porcentaje más alto para un candidato presidencial republicano en décadas, con un avance claro entre hombres jóvenes. Lo que estas cifras confirman es que los latinos no somos un bloque monolítico, sino un electorado diverso cuyo comportamiento varía según el origen nacional, la región y las prioridades locales.
Los cubanoamericanos, por ejemplo, tienden a votar mayoritariamente republicano, mientras que los puertorriqueños y dominicanos suelen inclinarse hacia los demócratas, aunque con matices que dependen de prioridades como la economía, la seguridad y la política migratoria.
Poder político emergente
Este poder no es abstracto. En 2017, Adriano Espaillat se convirtió en el primer congresista federal de origen dominicano en los Estados Unidos, representando al Distrito 13 de Nueva York. A él se suma la trayectoria de pioneros como Tom Pérez, hijo de inmigrantes dominicanos, quien ha ocupado cargos de gran relevancia en la política estadounidense, incluyendo el de Secretario de Trabajo durante la administración de Barack Obama y presidente del Partido Demócrata (DNC). Estos liderazgos demuestran que la diáspora dominicana no solo participa, sino que ya moldea la política estadounidense desde adentro.
Estos hitos no son el punto final, sino la base de un poder político en expansión. Hoy, en la contienda por la alcaldía de Nueva York, esa fuerza se refleja en campañas que han entendido que hablar en español y conectar con la comunidad dominicana puede decidir elecciones.
Zohran Mamdani activó una estrategia bilingüe con piezas en español y despliegue en Queens para consolidar voto dominicano y latino. Eric Adams, como independiente, combina su mensaje de experiencia con medios y actos en español, desde entrevistas en BronxNet hasta recepciones de Hispanic Heritage, para mantener su anclaje en comunidades hispanas. Andrew Cuomo, también como independiente, apuesta a la gestión y a foros con organizaciones latinas como la Hispanic Federation para captar votantes moderados preocupados por seguridad y costo de vida. En distritos donde unos cientos de votos definen márgenes, estas tácticas de proximidad en español y cara a cara pueden inclinar la balanza.
Economía y política exterior
La conexión entre economía y política exterior es directa. En 2024, la República Dominicana recibió más de 10,700 millones de dólares en remesas. Para ponerlo en perspectiva para ponerlo en perspectiva, esa cifra es del mismo orden que los ingresos por turismo internacional en 2024 (≈US$10,972 millones), el sector estrella del país. Cada fluctuación en la economía de Nueva York repercute de inmediato en estas transferencias, que a su vez sostienen consumo, ahorro e inversión en la isla. Si una bodega del Bronx estornuda, San Pedro de Macorís se resfría. Lo mismo ocurre con la política comercial de Estados Unidos.
En 2019, la administración Trump levantó los aranceles de 25 % al acero y 10 % al aluminio para México y Canadá, pero no extendió el alivio a la República Dominicana ni a otros países de CAFTA-DR. Esto dejó a las industrias dominicanas en desventaja competitiva, encareció insumos y redujo su capacidad exportadora. Menos empleos allá significan más presión sobre las remesas acá, lo que al final impacta en las decisiones de voto de la comunidad dominicana en Nueva York.
Una agenda pendiente
Otras diásporas ya aprendieron a traducir estas realidades en influencia tangible hacia sus países de origen. Los cubanoamericanos en Florida, con menos población que los dominicanos en Nueva York, moldearon durante décadas (y siguen moldeando) la política de Estados Unidos hacia Cuba. Los judíos estadounidenses, a través de AIPAC, el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos–Israel, han asegurado un apoyo bipartidista sostenido a Israel. Los griego americanos, en los años noventa, influyeron en la postura de Washington sobre los Balcanes gracias a su concentración geográfica y redes legislativas.
La lección es clara: cuando una diáspora articula demandas específicas y organiza su voto, trasciende el relato simbólico y se convierte en política pública. La diáspora dominicana tiene lo necesario para replicar ese modelo: masa crítica, concentración en Nueva York, una historia de emprendimiento y de remesas, y vínculos directos con la política local. Lo que falta es articular una agenda que traduzca ese peso en resultados tangibles.
Esa agenda podría incluir negociar un alivio arancelario para la República Dominicana dentro de CAFTA-DR, similar al trato recibido por México y Canadá; facilitar certificaciones y homologaciones que permitan a las pequeñas y medianas empresas dominicanas competir en compras públicas en Nueva York; y crear mecanismos de coinversión entre la diáspora y PYMES que conviertan remesas en capital productivo bajo reglas transparentes.
Nueva York será un escenario electoral ruidoso en 2026, pero lo verdaderamente transformador ocurrirá si los dominicanos de la diáspora logran lo que ya hicieron cubanos, judíos y griegos: usar su voto y su peso económico para influir en la política exterior de Estados Unidos. Ese día, la bodega del Bronx no será solo un símbolo cultural, sino un agente de poder capaz de definir políticas en Washington.