La ciencia que no hacemos: por qué cuesta tanto producir conocimiento en América Latina

Por Francisco Tavárez
En una época en la que el mundo avanza al ritmo de la inteligencia artificial, los descubrimientos médicos y los autos eléctricos, América Latina sigue rezagada en materia científica. Continuamos en el lado equivocado del desarrollo, no por falta de talento, sino por falta de visión, voluntad y, sobre todo, inversión.
Pensemos en esto: América Latina y el Caribe representan alrededor del 7,5 % de la economía mundial y el 8 % de la población del planeta. Sin embargo, aportamos menos del 1 % de las patentes registradas globalmente. Es decir, generamos ideas, pero rara vez las convertimos en innovación. No porque no sepamos hacerlo, sino porque gobiernos y empresas aún consideran la ciencia un lujo, no una necesidad.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la región invierte apenas el 0,5 % de su Producto Interno Bruto en investigación y desarrollo. En contraste, países como Estados Unidos, Japón o Corea del Sur destinan entre 2,5 % y 3 %. La diferencia se amplía si miramos la inversión por habitante: mientras en los países desarrollados se invierten entre 200 y 700 dólares por persona, en nuestra región apenas llegamos a 20. Con esas cifras, competir o innovar resulta casi imposible.
El resultado es un círculo vicioso: sin inversión no hay investigación; sin investigación no hay innovación; y sin innovación no hay desarrollo. Así, terminamos dependiendo de otros para acceder a tecnología, herramientas o soluciones que podríamos generar nosotros mismos.
En la República Dominicana, por ejemplo, se han dado pasos tímidos. Algunas universidades investigan más y se registran patentes, pero seguimos lejos de donde deberíamos estar. Hemos abrazado el turismo como tabla de salvación: aunque hoy nos sostiene, no es un modelo infalible ni suficiente para garantizar el desarrollo a largo plazo.
Muchos políticos siguen creyendo que la ciencia no da votos ni resultados inmediatos. Sin embargo, ignoran que es la única inversión que multiplica su valor con el tiempo. Cada laboratorio construido, cada beca otorgada y cada alianza entre universidad y empresa es una semilla de cambio duradero.
América Latina y el Caribe necesitan creer en su propio talento. Necesitamos gobiernos que apuesten por la ciencia con la misma pasión con la que inauguran carreteras e infraestructuras, y empresas que comprendan que innovar no es un gasto, sino la estrategia más inteligente para asegurar nuestro futuro.
Si no apostamos por crear conocimiento, seguiremos atados a un futuro incierto, sostenidos por una economía que crece, sí, pero sobre bases frágiles, dependiente del contexto internacional.