lunes, octubre 20, 2025
Opinion

El silencio que apaga el eco de los valores sociales, morales y familiares

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EL AUTOR es Master en Gestión y Políticas Públicas. Reside en Santo Domingo

Vivimos en una época donde el silencio moral se ha vuelto ensordecedor. Ese silencio que impide que resuene el eco de los valores que alguna vez guiaron nuestras vidas como sociedad. Hoy parece que el ruido de la modernidad, del consumo y de la tecnología ha opacado las voces que llamaban al respeto, al amor familiar, a la disciplina y al compromiso con el bien común.

Los valores morales, sociales y familiares son principios que guían el comportamiento humano, aunque se enfocan en diferentes esferas: los valores morales (honestidad, justicia, compasión), los valores sociales (cooperación, respeto a los demás, solidaridad) y los valores familiares (amor, respeto, responsabilidad, confianza). Es importante respetar los simbolos patrios (la bandera, el escudo y el himno nacional). Todos ellos son interdependientes y están basados en principios morales.

El desafío actual no es solo económico ni tecnológico; es, sobre todo, ético y humano. Caminar hacia una cultura del bien implica reconocer cuándo nos desviamos del respeto, cuándo olvidamos el amor a nuestros padres o cuándo dejamos de construir valores para la convivencia social. Como escribió José Ingenieros en su célebre obra Fuerzas Morales (1919), “alguien tiene que sustituir lo viejo”, refiriéndose a la juventud. Pero esa juventud debe estar formada en principios cívicos, familiares, educativos y espirituales si quiere construir una sociedad más justa.

Hoy, sin embargo, vivimos lo que el sociólogo Zygmunt Bauman llamó la sociedad líquida: un mundo donde todo cambia rápidamente, donde los compromisos se diluyen y las relaciones humanas se vuelven frágiles. En este contexto, los valores pierden su consistencia, las tradiciones se desvanecen y lo inmediato se impone sobre lo duradero. Frente a ello, necesitamos volver a lo esencial: el trabajo honesto, el respeto al prójimo y la solidaridad como base de la convivencia.

El deterioro de los valores se hace visible en la vida cotidiana: hijos que no respetan a sus padres, jóvenes que buscan el dinero rápido sin esfuerzo, parejas que se destruyen en medio de la violencia. Son síntomas de una crisis moral que nace del abandono educativo, la exclusión social y la pobreza espiritual. Como advirtió Erich Fromm en El arte de amar (1956), “el amor no es un sentimiento fácil; requiere disciplina, concentración y paciencia”. Lo mismo ocurre con los valores: deben enseñarse, cultivarse y practicarse todos los días.

Por eso, los padres no pueden delegar en otros la tarea de educar. Y el Estado, como garante del bienestar común, debe asumir políticas públicas que orienten, informen y formen en valores a toda la familia. La educación moral y cívica debe volver a ocupar un lugar central en las escuelas, junto al amor a la patria, la protección del medio ambiente y el respeto por las tradiciones culturales. Solo así podremos construir una sociedad más sana, solidaria y trabajadora.

La administración pública tiene una responsabilidad ineludible: guiar a la sociedad hacia un horizonte de valores compartidos. No se trata de imponer creencias, sino de encender nuevamente el eco moral que hoy parece apagado. En esta sociedad del conocimiento, donde la información abunda pero la sabiduría escasea, tenemos una oportunidad única: rescatar los principios que nos hicieron mejores personas.

Es hora de romper el silencio. Dejar que el eco de los valores vuelva a resonar en los hogares, en las escuelas y en las instituciones. Solo así, entre la confusión del presente, podremos recuperar la luz que alguna vez nos guió.

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