viernes, junio 20, 2025
Opinion

El precio real de la vida: Medicamentos de alto costos y la burocracia mortal

Por: Marino Berigüete

Esta mañana en la radio hablaban de los medicamentos de alto costo como se habla de lo inevitable: con estadísticas, con la voz temblando, como si cada número tuviera detrás una cama y una madre rezando. El locutor decía “alto costo” y yo pensaba: qué eufemismo tan limpio para una vida demasiado cara. Cara no en billetes, sino en angustia, en esperas, en oficinas donde te miran como si estuvieras pidiendo limosna en lugar de oxígeno.

Hace unos días le pasó a la mujer de un amigo. Le faltaba el aire. Literal. No era por estar mejor, era por no morirse. Lo que vino después fue una carrera de obstáculos: papeles, sellos, llamadas, excusas. Como si la urgencia tuviera que demostrar que es urgente. Cada trámite, un pequeño insulto. Cada minuto sin respuesta, una especie de tortura blanda: esa en la que el sistema te deja pudrirte de pie.

Y uno empieza a sospechar. A pensar que todo está diseñado así. Que esa telaraña burocrática no es un error, sino el filtro. Que lo hacen para cansarte, para ver si te rindes. Que te mueras sin armar mucho ruido. Y si no es a propósito, si es por inercia, por desidia, entonces es más grave: porque significa que ni siquiera miran.

El Gobierno debería escuchar estos casos como se escucha a una madre gritar al teléfono: con el cuerpo en tensión, sabiendo que lo que se dice no es lo importante, sino lo que está detrás. Pero no. Algunos funcionarios públicos viven en otro país, uno sin salas de espera ni farmacias que dan miedo. Nunca han sentido ese silencio brutal del hospital cuando te dicen que el medicamento no entra, que no está, que no toca.

En estos días, comprar un medicamento de alto costo es comprar un día de vida. Así, sin anestesia. Y si eso no los despierta, ojalá nunca tengan que entenderlo desde una cama. Porque ese día lo entenderán todo. Pero será tarde.

Que no le toque a ningún funcionario de salud. No por ellos. Por todos los demás. Porque el día que uno de ellos se ahogue y sepa lo que cuesta respirar, quizá se mueva algo. Y con suerte, no sea el oxígeno lo que se acabe primero.