
Por Francisco Tavárez
Edición dominical para El Demócrata
Cuando el Comité Noruego la llamó para darle la noticia, sus primeras palabras fueron de sorpresa, pero también de regocijo: María Corina Machado ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz 2025, un reconocimiento que marca un antes y un después, no solo en su trayectoria personal, sino también en la historia contemporánea de Venezuela.
En mi opinión, el Comité Noruego ha tomado una decisión profundamente simbólica y claramente política: premiar a una mujer que ha encarnado, durante años, la lucha civil frente a un régimen autoritario.
Como he escrito en otras ocasiones y lo reafirmo hoy, María Corina no es una figura emergente ni improvisada. Su lucha comenzó mucho antes de que el dictador Nicolás Maduro llegara al poder. Desde los tiempos de Hugo Chávez, a quien muchos ya consideraban un dictador por su uso abusivo del poder, ella levantó su voz con firmeza frente a los abusos y al desmantelamiento progresivo de la democracia venezolana.
Su ya célebre frase, “Expropiar es robar”, dirigida a Chávez en plena Asamblea Nacional, se convirtió en un grito incómodo para el poder, pero también en un despertar para muchos ciudadanos que empezaban a entender la magnitud de la calamidad que se cernía sobre Venezuela.
A diferencia de otros líderes opositores que, por distintas razones, se han visto obligados a retirarse, exiliarse o guardar silencio, María Corina ha persistido. Ha sido inhabilitada, perseguida, judicializada y, aun así, ha continuado, incluso desde la clandestinidad, liderando un movimiento que busca no solo elecciones libres, sino una transformación real del país. Este Nobel es, también, un reconocimiento a esa constancia.
Pero el galardón tiene una lectura geopolítica ineludible. La comunidad internacional ha querido enviar un mensaje claro: no está dispuesta a legitimar al régimen de Nicolás Maduro. El premio actúa como un grito global en defensa de la democracia, un recordatorio de que la lucha pacífica y civil, aunque muchas veces silenciosa y solitaria, sí tiene eco en el mundo.
No es casual que, en tiempos de creciente autoritarismo en distintas regiones del planeta, quienes otorgan este galardón hayan optado por enviar lo que considero uno de los mensajes más contundentes en años recientes: la paz no siempre se firma en tratados; a veces se construye desde la resistencia, desde la voz que no se apaga.
El Nobel de la Paz a María Corina no es solo un homenaje a su coraje. Es un espaldarazo moral y político a millones de venezolanos que no han perdido la fe, que siguen esperando, que aún sueñan con vivir y prosperar en libertad.
Desde la República Dominicana, celebramos esta distinción justa y necesaria. Un reconocimiento que trasciende fronteras y se convierte en un mensaje firme para los autoritarios del mundo: pueden silenciar voces, pero no las ideas. Pueden intentar imponer el miedo y la represión, pero nunca apagarán la voz de un pueblo decidido a ser libre.