martes, octubre 14, 2025
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El arte como resistencia

Por Francisco Tavárez

La cultura no solo refleja nuestra manera de hablar, sentir y percibirnos como sociedad. Es parte esencial de nuestra identidad y va mucho más allá del simple entretenimiento. Es evolución.

Es una herramienta poderosa para desaprender, cuestionar lo establecido y construir nuevas formas de pensar y vivir. Dentro de ella, el arte, con su capacidad de conmover y provocar, es quizás una de sus manifestaciones más vivas y transformadoras.

A lo largo de las décadas y de los distintos procesos históricos, hemos sido testigos de cómo el arte ha acompañado, y muchas veces liderado, los movimientos sociales y políticos más importantes de nuestros países. Ha sido motor de cambio, espacio de denuncia, refugio en tiempos oscuros y punto de partida para imaginar un futuro distinto.

Desde la literatura y el teatro, hasta la música y el cine, el arte ha contribuido a que pueblos enteros se reconozcan, se cuestionen y se emancipen.

Sin embargo, atravesamos tiempos difíciles. En muchos espacios, la cultura ha sido relegada y, no pocas veces, se le han recortado los presupuestos. De forma injusta, se ha intentado minimizar su papel transformador, como si el arte no tuviera la capacidad de incidir en los grandes desafíos de nuestro tiempo: el deterioro social, la desigualdad o la deshumanización.

Reducir el arte a un lujo o a un pasatiempo es desconocer su poder en la construcción de ciudadanía y en la defensa de la libertad.

No pretendo entrar en debates sobre qué es culto y qué no. Pero me atrevo a afirmar que el arte, en todas sus formas, es una necesidad. Es un derecho. Y como tal, debe ser protegido e impulsado. Porque es a través del arte que florecen la conciencia crítica, el pensamiento libre y el sentido de comunidad.

En este contexto, las ferias del libro merecen un lugar destacado. Más que eventos culturales, son alicientes ciudadanos: espacios de encuentro, refugio para nuestros escritores y plataformas para el diálogo, la reflexión y la imaginación.

En ellas, el protagonista es el libro… y también nosotros: lectores curiosos que, sin rimbombancias, nos acercamos al conocimiento con la esperanza de entender mejor el mundo, y por qué no, de transformarlo.

Estos días, tenemos nuevamente esa bocanada de oxígeno. Y qué orgullo da saber que esta iniciativa no se ha perdido en nuestro país, a pesar de los desafíos. Contamos con una Feria del Libro que este año ha logrado algo fundamental: continuar el camino para que libros y autores resuenen con más fuerza, en un espacio organizado, vivo y diverso.

Una feria dedicada al historiador Frank Moya Pons, figura trascendental para nuestro país y América Latina, por su extensa labor en favor de nuestra memoria histórica como pueblo: otro de los aciertos destacables de este evento.

Y junto a él, y no menos importante, Elsa Núñez, una de nuestras pintoras más ilustres, acompaña la feria con la Bienal Nacional de Artes Visuales, un evento paralelo que respira arte y diversidad.

Una feria que reafirma que, en la República Dominicana, aún valoramos la lectura, el pensamiento y los espacios donde se cultiva la libertad.

Una feria que ha sabido reinventarse. Que ha abierto sus puertas a nuevos géneros, nuevas voces y generaciones. Que ha permanecido en el tiempo, más allá de los vaivenes políticos. Y eso, en este país, es un logro que merece ser reconocido y, sobre todo, defendido.

Apoyemos lo nuestro: visitemos la Feria Internacional del Libro, compremos libros y llevemos a nuestras familias. Porque los pueblos que no son libres no tienen este privilegio. La cultura, especialmente el arte, no es un lujo; es una necesidad vital.

No podemos olvidar que el arte y el conocimiento, en tiempos inciertos, son también una forma de resistencia.