Opinion

Despertar sin miedo

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El autor es empresario agroindustrial. Reside en Santo Domingo

POR CESAR AYBAR

Vivimos un tiempo que no puede calificarse simplemente como difícil. A lo largo de la historia de la humanidad, después de Cristo, siempre han existido épocas duras y desafiantes. Sin embargo, el tiempo presente añade algo aún más profundo y peligroso: confusión y ceguera.

Hoy no solo se enfrentan problemas económicos, sociales o políticos; hoy se enfrenta una crisis de discernimiento. Una pérdida de claridad interior que mantiene a gran parte de la humanidad en una especie de sueño colectivo.

Parecería que a una gran mayoría de las personas que habitan este bello planeta se les ha administrado un poderoso somnífero. A algunos los mantiene profundamente dormidos; a otros, en un estado permanente de adormecimiento. Como si un alto porcentaje de la humanidad hubiese sido hipnotizado para responder de manera automática a los dictados de un sistema diseñado por unos pocos, cuya finalidad última muchos ya ni siquiera se cuestionan.

Como consecuencia, observamos distintos comportamientos sociales. Un grupo responde dócilmente a estímulos diseñados para producir conductas previsibles. Otro vive sumido en la confusión, sin certezas, habiendo perdido la brújula. Un tercer grupo reacciona con violencia, como si nada tuviera valor ni sentido. Y existe un pequeño resto que no ha caído en la trampa: buscadores de la Verdad, guiados por la Luz y la sabiduría. Ese Resto es la esperanza de la humanidad.

Así, las sociedades han perdido el rumbo y el ser humano ha extraviado el camino que conduce a la realización humana y espiritual para la cual fue creado.

Una de las herramientas más eficaces que utiliza la élite que dirige el sistema para controlar a los pueblos es el miedo. Por eso, desde hace algunos años, se ha vuelto habitual escuchar, a través de todos los medios de comunicación, anuncios constantes de catástrofes, pandemias y amenazas globales, donde la solución propuesta suele ser el aislamiento, la desconfianza y el temor.

Jesús

Jesús había anunciado este tiempo cuando dijo:

“Muchos se escandalizarán y se odiarán mutuamente. Surgirán muchos falsos profetas que engañarán a muchos. Y al crecer la iniquidad, el amor de muchos se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ese se salvará.” (Mateo 24, 10–13)

Por eso, quien ha despertado tiene la responsabilidad de convertirse en despertador. No hacerlo es una forma de omisión. Las enseñanzas de Cristo son el verdadero antídoto contra el miedo y contra todo intento de adormecer la conciencia humana. No tienen efecto en quienes las escuchan superficialmente, sino en quienes las acogen y las encarnan.

Ellos son los que llevan la semilla del amor, la hacen crecer, florecer y dar fruto. Aman a Cristo y, por consecuencia, aman a todos los seres humanos y a toda la creación.

Lo más doloroso es que incluso la Iglesia, llamada a velar y a despertar, corre el riesgo de dejarse influenciar por el miedo y por falsos profetas. Cuando quienes deben estar despiertos duermen, el peligro es mayor.

Por eso, los pocos que permanecen despiertos alzan su voz, como lo hizo el profeta Isaías cuando proclamó en nombre de Dios:

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.”

Hoy, mientras nos preparamos para celebrar la llegada de Jesús, Dios con nosotros, es tiempo de hacer sonar la alarma del despertador. Que quien escuche despierte, abra su casa y su corazón, y se convierta también en despertador. Sin miedo. Porque Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, y solo en Él encontramos la verdadera libertad y la plenitud.

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