POR ALEJANDRO SANTOS
Si bien perduran en el tiempo amenazas que están permanentemente al acecho y que pueden estallar ante cualquier negligencia adicional, de algún modo hemos sido un país de “buena suerte”.
A pesar de que existen condiciones que pudieran generar inestabilidad, incertidumbre o incluso una explosión social, la nación ha logrado mantenerse a flote.
Además de los peligros palpables y evidentes, existen otros que, aunque parecen imperceptibles o invisibles, resultan igualmente relevantes y con efectos de gran alcance.
Dos aspectos fundamentales que hoy se ciernen sobre el panorama nacional están vinculados con la credibilidad y la confianza. Ambos son vitales para el buen funcionamiento de la vida social, económica y política.
1. Pérdida de credibilidad y confianza en los partidos políticos
Indiscutiblemente, en los últimos años se ha producido un progresivo declive en la fortaleza de los partidos políticos dominicanos, especialmente en aquellos que tuvieron profundas raíces en la población.
Lo ocurrido con el Partido Reformista Social Cristiano, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y, más recientemente, con el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), constituye un precedente que marca el deterioro de nuestro sistema político.
El país renovó sus esperanzas con la llegada al poder del Partido Revolucionario Moderno (PRM). Sin embargo, el momento actual trasciende a esa organización. La coyuntura presente puede definir la vigencia de los partidos o, en el peor de los casos, conducir a su desaparición como eje central de la democracia dominicana, lo que representaría una amenaza de enormes proporciones para nuestro futuro.
2. La cultura del fraude
Cuando se aborda el tema de la delincuencia, la atención suele centrarse en los robos, atracos o hechos violentos que ocurren en las calles. Sin embargo, se ha venido gestando otro fenómeno igual de preocupante: la consolidación de una cultura del fraude en distintos ámbitos económicos y profesionales.
Este fenómeno erosiona la confianza en servicios esenciales como la educación, la salud o las transacciones inmobiliarias. El simple hecho de que exista la duda sobre la transparencia de cualquier contrato o acuerdo constituye una amenaza seria para la vida económica y social.
La cultura del fraude se propaga desde diversas esferas: inicia en ámbitos gubernamentales y se extiende hacia el resto de la sociedad, contaminando como un virus los espacios donde debería primar la ética y la transparencia.
Un ejemplo actual y palpitante es el servicio eléctrico. En lugar de recibir un sistema más eficiente y justo, los hogares dominicanos enfrentan apagones constantes mientras sus facturas se encarecen sin explicación coherente. Esto constituye un fraude institucionalizado que refleja claramente la problemática expuestas.
Algunos podrán considerar exagerada esta visión. Sin embargo, lo cierto es que la pérdida de la confianza y la credibilidad se han convertido en amenazas latentes que afectan directamente a toda la sociedad.
Restablecer estos pilares resulta impostergable si queremos construir un futuro donde la convivencia social, la economía y la política se sostengan sobre bases firmes.
jpm-am
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