En un escenario político de fricciones, la figura del presidente Luis Abinader emerge con una ambigüedad estratégica. A simple vista, la proliferación de más de “quince precandidatos” presidenciales dentro del Partido Revolucionario Moderno (PRM) podría interpretarse como señal de desorden o ausencia de liderazgo firme.
Al observar con ojos de cirujano, es posible interpretar esta pluralidad no como una debilidad, sino como una sofisticada maniobra de control: una arquitectura diseñada para garantizar que, gane quien gane, el verdadero poder siga orbitando en torno a su figura.
En este artículo procuro suponer que Abinader no está jugando una partida para seguir en el poder directamente, sino para mantenerse en el centro del tablero político más allá del 2028, incluso sin la posibilidad de ser candidato, por ahora. Esta estrategia, que mezcla distanciamiento discursivo con intervención táctica, abre una nueva lectura sobre la naturaleza del liderazgo político en las democracias contemporáneas.
Fragmentación deliberada
El PRM atraviesa una etapa inédita: al menos “veinte figuras” con aspiraciones presidenciales emergen, cada una buscando espacio, respaldo y estructura. Pero esta diversidad de liderazgos podría estar ocurriendo bajo el consentimiento —e incluso el auspicio— de Abinader. Al permitir una división controlada, el presidente consigue: 1)-Dispersar las ambiciones que podrían consolidarse en una figura que lo desafíe.
2)-Mantenerse como árbitro imprescindible dentro del partido.
3)-Proteger su legado, evitando que un solo bloque defina el futuro del PRM sin su influencia.
Y 4)-En términos tácticos, es una forma de evitar la “hiperconcentración de poder” en terceros, y de garantizar que todos —desde los más radicales hasta los más moderados— necesiten su mediación para avanzar.
¿Y si “su candidato” no gana?
La posibilidad de que el precandidato que reciba su bendición, “si es que lo hace”, no resulte electo no representa necesariamente una derrota para Abinader. Al contrario, en ese escenario se activa un nuevo modo de poder: el de referente indispensable. Si su “delfín” pierde, puede adoptar el papel de figura moderadora, custodio del orden interno, e incluso convertirse en el garante de unidad frente a una eventual crisis post-convención
Además, si el PRM pierde el poder en 2028, Abinader podría convertirse en el nuevo líder opositor natural, sin el desgaste de la campaña ni las contradicciones del ejercicio directo del poder. Es, en esencia, un juego donde incluso la derrota puede generar capital político si se administra con inteligencia.
Liderazgo residual y permanencia
En teoría política se conoce como liderazgo residual a aquel que, aun sin ocupar una función oficial, conserva el poder institucional o mediador para seguir influyendo en las decisiones políticas.
Para que eso ocurra, Abinader necesita: Mantener su aprobación pública por encima del promedio.
Evitar escándalos o errores graves en el tramo final de su gobierno.
Consolidar una narrativa de estadista que privilegió la estabilidad y las instituciones por encima del ego y la ambición.
Este tipo de liderazgo, más frecuente en sistemas parlamentarios, ha sido replicado con éxito en América Latina por figuras como Lula da Silva o Michelle Bachelet. En ambos casos, se mantuvieron como faro ideológico y político de sus partidos incluso después de dejar la presidencia.
Una segunda reforma constitucional
Luis Abinader ya reformó la Constitución, con el propósito de fortalecer la institucionalidad y garantizar la independencia del Ministerio Público. Ese acto, celebrado por muchos sectores como muestra de madurez política, ahora lo condiciona.
Modificarla nuevamente para habilitar una reelección para el 2028 sería un giro que no solo lo enfrentaría a sus propias palabras, sino que podría fracturar su imagen de líder ético. En ese sentido, cualquier movimiento hacia la continuidad debe considerar: 1) El costo discursivo de contradecirse públicamente; 2) La reacción de la sociedad y múltiples sectores de influencia civil y los organismos internacionales; 3) La erosión de su capital simbólico acumulado.
En este punto, el dilema es profundo: ¿vale más una nueva gestión o un legado sin manchas?
¿Una jugada audaz o una retirada estratégica que lo mantenga como figura reverenciada y disponible para escenarios futuros?
Según la Biblia: “Todo es posible para el que cree”.
La modificación constitucional la puede hacer otro.
De árbitro a patriarca político
Lo que parece estar construyendo Abinader ya ha sido ensayado en otros contextos: Lula en Brasil logró sostener su influencia durante más de una década sin ocupar el cargo.
Álvaro Uribe en Colombia mantuvo control sobre su partido incluso después de que su delfín Santos rompiera con él. Y las fricciones posteriores que permitieron el triunfo de Petro.
Macron en Francia, pese a perder el control legislativo, siguió siendo el centro de gravedad de su movimiento político.
En todos estos casos, el verdadero liderazgo no residía en el cargo, sino en la capacidad de influir, ordenar, negociar y representar una identidad más allá de las coyunturas.
El juego largo de Abinader
El presidente Luis Abinader podría estar jugando una de las partidas más inteligentes de la política contemporánea del país. Al permitir múltiples precandidaturas en su partido, al evitar posturas cerradas sobre su futuro, y al mantenerse como figura moderada y modernizadora.
Se puede inquirir que Abinader está tejiendo una red de influencia que podría proteger su legado, garantizar su vigencia y permitirle rea-parecer —si el país lo requiere— en una nueva coyuntura, como garante de estabilidad o como constructor de consenso.
No se trata de una derrota planificada, sino de una transición meticulosamente administrada, en la que la figura presidencial no desaparece con el mandato, sino que se transforma en símbolo, referencia y árbitro de la política dominicana.
La síntesis de todo el discurso: “El que fue llamado una vez, puede ser llamado otra, si su tiempo aún no ha terminado.”
jpm-am
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