En la República Dominicana, tres expresidentes—Leonel Fernández, Danilo Medina e Hipólito Mejía—marcaron la vida política reciente con avances importantes, pero también con pendientes que hoy, como nación, merecen ser revisados. Esta reflexión no busca desmeritar los logros alcanzados, sino identificar aquello que el país esperaba y nunca terminó de materializarse en sus respectivos gobiernos.
Leonel Fernández tuvo en sus manos la oportunidad histórica de modernizar institucionalmente al Estado con la misma fuerza con la que impulsó la transformación física del país. Mientras sus gestiones estuvieron marcadas por grandes obras, infraestructuras y avances tecnológicos, quedaron rezagadas las reformas estructurales que habrían blindado la administración pública frente a la corrupción, la ineficiencia y el clientelismo. Pudo haber cimentado un sistema más transparente, más profesional y menos dependiente de los vaivenes políticos, pero esa transformación profunda quedó a medias.
Danilo Medina, por su parte, llegó con el discurso de la cercanía, la transparencia y la lucha frontal contra la corrupción. Sin embargo, su gobierno terminó marcado por los grandes escándalos públicos que neutralizaron las expectativas iniciales. Aunque impulsó programas sociales y políticas de impacto comunitario, no logró establecer un régimen de consecuencias creíble ni consolidar un ministerio público realmente independiente. Su mayor deuda fue no haber transformado la cultura política del país cuando tenía un capital político sin precedentes.
Hipólito Mejía enfrentó retos económicos y sociales complejos, pero su administración estuvo marcada por un estilo espontáneo que, aunque cercano a la gente, no se tradujo en planificación a largo plazo. Tuvo la oportunidad de fortalecer los controles del sistema financiero y evitar vulnerabilidades que derivaron en crisis que aún tienen efectos en la memoria colectiva. Su gobierno pudo haber sentado las bases para un Estado más eficiente y menos improvisado, pero las oportunidades se diluyeron en medio de urgencias y coyunturas.
Los tres, desde sus estilos distintos, coincidieron en una deuda común: no hicieron las reformas estructurales que la República Dominicana reclama desde hace décadas. No consolidaron una justicia independiente, no desmontaron el clientelismo, no modernizaron plenamente el Estado y no fortalecieron los contrapesos institucionales que garantizan democracia plena.
Hoy, cuando la sociedad dominicana exige más transparencia, más eficiencia y más participación, es pertinente revisar qué nos quedó por hacer. Porque el progreso material, sin instituciones sólidas, siempre será vulnerable. Y porque las naciones no avanzan solo con obras: avanzan con justicia, con reglas claras y con líderes que asuman el compromiso de transformar, de manera definitiva, las bases del Estado.
La reflexión sobre estos tres expresidentes no es un juicio, sino un recordatorio de que los desafíos pendientes siguen ahí. Y de que el futuro de la República Dominicana dependerá de nuestra capacidad como sociedad para exigir que lo que quedó por hacer, finalmente, se haga.
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