jueves, noviembre 13, 2025
Opinion

Democracia y sostenibilidad

Por Néstor Estévez

Mucha gente se limita a asociar la sostenibilidad con temas como naturaleza, biodiversidad, cambio climático y otros por el estilo. Pero ¿se limita a ese significado el término sostenibilidad?

Vamos al “mataburros”. El Gran Diccionario de la Lengua Española (2022) nos ofrece como significado “cualidad de sostenible”. Y entre las acepciones de sostenible destacan: “que se puede sostener”, “se dice del proceso que puede mantenerse por sí mismo, sin ayuda de otro”, y como habría de esperarse, también expresa que “se refiere al desarrollo o evolución que es compatible con los recursos de que dispone una región, una sociedad, etc.”.

Si aceptamos que la sostenibilidad implica la capacidad de sostener un proceso en el tiempo, resulta inevitable preguntarnos si nuestras democracias son sostenibles. Vale preguntar de manera específica: ¿estamos cuidando a nuestra democracia para que sea sostenible? Parece que no.

La democracia no es un simple adorno institucional, sino un pacto vivo que exige vigilancia diaria, participación real y responsabilidad compartida. Sin embargo, hoy asistimos al peligroso espectáculo de su putrefacción lenta, bajo el signo del desprecio hacia sus valores esenciales. Nos distanciamos a leguas de cuidarla como instrumento de poder del pueblo. 

Veamos una muestra reciente. Estados Unidos se vende al mundo como paladín de la democracia. ¿Cómo conciliar esa pose con el hecho de que su presidente exprese que “el mundo es Estados Unidos”? “The world is the United States”acaba de decir Donald Trump, al defender sus políticas arancelarias. 

Alguien podría tomarla como simple excentricidad retórica. Pero ¿no estará asociada a hegemonía unilateral -y aún más- al desprecio por la pluralidad de naciones, además de reñida con el reconocimiento mutuo entre los Estados?

La democracia, entendida como gobierno del pueblo, por elpueblo y para el pueblo -como dijera Abraham Lincoln en su Discurso de Gettysburg, en 1863- reposa en la capacidad de que múltiples voces se articulen, y no en la imposición de un solo centro de poder que reclama “ser el mundo”.

¿Qué ha de pasar entonces con temas como la rendición de cuentas, el contrapeso y la deliberación pública? ¿Habrá ahí destape de autoritarismo? ¿Qué les espera a componentes como la transparencia y el control ciudadano?

Para aportar a la sostenibilidad de la democracia es más que urgente recuperar la memoria histórica. Eso sirve para que nos remitamos a cuando se anhelaba vivir en democracia, a cuando la misma era solo un sueño, a cuando solo era una aspiración de quienes veían en ella un medio para mejorar sus vidas y las de la colectividad.

Algo en ese sentido acaba de hacer el presidente de Alemania, a propósito del 9 de noviembre. En esa fecha -llamando la atención sobre ciertas amenazas a la democracia- rememoró la caída del Muro de Berlín, en 1989. También recordó la proclamación de la primera repúblicaalemana, en 1918.

En la República Dominicana, donde el ensayo democrático no solo ha tenido tropiezos, sino también prolongadas inacciones que lo debilitan, conviene mirarnos en ciertos espejos. Por fortuna, gestos como la decisión de llevar los restos de Juancito Rodríguez al Panteón de la Patria abren una oportunidad para valorar el sacrificio que ha costado vivir en democracia.

Se impone asumir la difusión sistemática de hitos. Pero sobre todo de los procesos que han limitado y los que han favorecido nuestro ensayo democrático. Legados como el de Juancito Rodríguez deben difundirse hasta que se conviertan en fuente de inspiración para mejorar lo que tenemos como país y como sociedad.

Rescatemos la memoria democrática como acto de construcción social y política. Instituyamos en la educación, en los medios, en la vida pública local y nacional, espacios de reflexión sobre lo que significa vivir en democracia, sus amenazas, sus logros y sus tareas. 

Hablemos de República Dominicana, de América Latina, de los movimientos sociales que conquistaron libertades. Hablemos también de cuando la democracia flaqueó y permitió el avance de formas autoritarias. Recordemos los momentos en que la ciudadanía emergió como actor y pidió cuentas al poder. Esa memoria no es nostalgia: es herramienta de resistencia y un ingrediente clave para lograr la sostenibilidad de nuestra democracia.