miércoles, octubre 15, 2025
Opinion

Los dueños de las calles y el caos sobre dos ruedas

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La autora es periodista. Reside en Baní

POR LUISANA LORA

En cada esquina del país, el sonido de un motor se ha vuelto el fondo musical de la vida cotidiana. Pero detrás del ruido y la velocidad, hay una realidad que se nos ha ido de las manos: los motociclistas se han convertido en protagonistas y muchas veces, en víctimas o verdugos de una tragedia nacional que no cesa.

Las cifras son estremecedoras. En los primeros cinco meses del presente año, 616 personas han perdido la vida en accidentes de tránsito vinculados a motocicletas. Y el año pasado, el 70% de las muertes en las vías involucraron estos vehículos de dos ruedas: 1,393 hombres y 124 mujeres. Detrás de cada número hay un rostro, una familia rota, una historia que no llegó a destino.

Mientras tanto, más de dos millones de motores circulan sin registro, sin placa y sin control, como un ejército informal sobre ruedas que desafía las normas y la autoridad. ¿Cómo exigir respeto a la ley cuando el propio sistema no puede ni siquiera identificar a quienes la violan?

El Plan Nacional de Regulación de Motocicletas, lanzado en 2012 con grandes expectativas, lleva cuatro años estancado. Cuatro años en los que la inacción estatal se ha traducido en sangre, dolor y miedo en las calles. Esa parálisis es más que una falla administrativa: es una irresponsabilidad que tiene consecuencias mortales.

Pero la tragedia no se limita a los accidentes. Entre enero y julio de 2025, se han registrado 33,295 robos, con violencia y sin ella, cometidos mayormente por personas que se desplazaban en motocicletas. Es decir, el motor no solo se ha convertido en un símbolo de movilidad popular, sino también —lamentablemente— en una herramienta para el crimen.

Este ecosistema desbordado de dos ruedas se ha ganado, además, el despreciable mérito de ser el escenario de los mayores irrespetos y transgresiones a las normas de tránsito: motoristas en vías contrarias, sin casco, con tres pasajeros, o sobre las aceras.

Todo eso erosiona el valor y el vigor de la ley, y nos deja frente a una sociedad donde el desorden se normaliza y la autoridad se diluye.

Ya no basta con campañas de concienciación. Es momento de acciones reales, de controles efectivos y de políticas coherentes que aborden el fenómeno desde la raíz: regulación, educación vial, persecución del delito y respeto a las normas.

Porque mientras el Estado mira hacia otro lado, las calles siguen siendo un campo minado de tragedias sobre dos ruedas… y cada día que pasa, ese sonido de motor que oímos a lo lejos puede ser el anuncio de otra vida perdida.

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