miércoles, octubre 15, 2025
Opinion

Burla sobre ruedas en las calles, ¿falta de autoridad?

Por: Fernando Quiroz

Ver a un motociclista desplazarse en vía contraria, zigzagueante y temerario por la Winston Churchill, en busca de un atajo, es una escena que antes parecía insólita y hoy es rutina en avenidas y barrios de Santo Domingo, bajo la mirada impotente de todos.

La violación de la normativa de tránsito en la República Dominicana es el espejo roto de la sociedad. Y lo grave es que en él nos vemos todos, pues el tránsito es el espacio más transversal de convivencia diaria, donde reflejamos nuestro estrés, ansiedad, frustraciones, inteligencia emocional, violencia y hasta alegrías.

La burla sobre ruedas no es exclusiva de motoristas. La protagonizan carros de concho destartalados que bloquean vías; guaguas voladoras que compiten por pasajeros; además de patanas con manejo desafiante y volteos cargados con rocas gigantes sin protección de lonas, convertidos en amenaza para quienes circulan cerca.

Incluso los peatones violan las normas con frecuencia: cruzan fuera de las líneas de cebra, desafían semáforos en rojo y, en lugar de usar los puentes peatonales, se lanzan a atravesar avenidas tan anchas como Las Américas o la autopista Duarte. El puente de la Kennedy con Máximo Gómez es el mejor ejemplo. Siempre digo, en tono de anécdota, que he visto a perros usar esos puentes.

Sin embargo, son los motoristas quienes más destacan. Sus infracciones incluyen violar semáforos, atravesar aceras, circular por túneles y elevados, llevar hasta tres personas o recorrer tramos en dirección contraria como si huyeran de algo, y muchos reaccionan con violencia si le se les reclama por sus inconductas. Para ser justos, muchos conducen bien, pero las malas prácticas de deliverys, mensajeros, motoconchos y motociclistas de pasajeros por aplicación generan la percepción colectiva.

Este drama lo padecemos todos: ricos y pobres, creyentes y ateos, mujeres y hombres, jóvenes y mayores, empresarios y obreros, desempleados y estudiantes.

Lo más indignante es que ocurre ante la vista de agentes de la DIGESETT. En la intersección de la 27 de Febrero con Lincoln es común que grupos de motoristas crucen en rojo sin consecuencia alguna. Pero si lo hiciera un conductor en un carro privado, con perfil de pagar multa, sería de inmediato fiscalizado. En su defensa podrían decir que funcionarios de tercera categoría usan franqueadores para que les abran paso, provocando congestión gigante. Una especie de aquí todo vale.

Las infracciones más comunes incluyen no usar casco, conducir sin seguro ni licencia, violar la luz roja, exceso de velocidad y uso del celular al manejar. La Ley 63-17 busca regular la movilidad, el transporte terrestre y la seguridad vial, no obstante, vivimos una anarquía tolerada, con sanciones aplicadas de manera selectiva.

El país ocupa el primer lugar mundial en tasa de muertes por accidentes de tránsito, con 65 muertes por cada 100,000 habitantes, según World of Statistics. En 2024 murieron 3,114 personas en las vías. El 38 % tenía entre 15 y 29 años y casi 7 de cada 10 eran motociclistas.

El costo no se mide solo en vidas. Los accidentes llenan hospitales, ocupan camas, requieren cirugías, prótesis y largos procesos de rehabilitación. El Estado podría gastar más de RD$2 millones por un paciente. El saldo es aún mayor: miles de familias enlutadas, huérfanos, viudas y ciudadanos productivos convertidos en dependientes. El tránsito es una fábrica silenciosa de dolor y empobrecimiento.

El problema se agrava por el crecimiento descontrolado del parque vehicular. Al cierre de 2024 había 6,194,052 vehículos, un aumento de 6.6 % respecto al año anterior. Más de la mitad son motocicletas (57 %), equivalentes a 3.5 millones.

El caos obliga a preguntarnos: ¿qué dice de alguien que se roba un tramo de calle, que se cuela en una fila de vehículos o que, borracho, viola una luz roja repetidamente? No son simples imprudencias, sino señales de un deterioro cívico que echa combustible al colapso vial.

Urge se cumpla con la educación vial plasmada en leyes, decisión de tribunales y en el Plan Nacional por la Seguridad Vial 2025, para transitar hacia la esperanza.

Aunque mientras las burlas sobre ruedas se mantengan impunes, viviremos en una sociedad en vía contraria.