Había hermandad política. El viejo Partido de la Liberación Dominicana (PLD) tenía pasión, fe y doctrina. Por eso, en su vieja enemistad —acompañada de un poco de envidia—, el periodista Juan TH se mofaba de la formación y la arrogancia de los miembros del PLD. Estos se consideraban —y lo eran— los más inteligentes y de mejor formación política.
TH decía que, en el PLD, Juan Bosch «era Jesús», y que los peledeístas iban con la Biblia debajo del brazo, predicando el “Santo Evangelio morado”. Decía que quienes no estaban de acuerdo con la doctrina política del PLD —los integrantes de otros partidos— eran demonizados. Hacía el símil con el pasaje bíblico que dice: “Id por todo el mundo y predicad el Santo Evangelio; y todo aquel que creyere será salvo… pero aquel que no creyere, ahí está el fuego eterno”.
En ese contexto, en 1982 el PLD realizó un mitin en el Estadio Quisqueya. Antes de que hablara Bosch —la estrella de la actividad, a quien la gente, que había venido de los rincones del país y del mundo, quería escuchar—, uno de los locutores animó la actividad con mucha gracia.
Hizo cuentos y chistes, todos en el contexto de criticar a quienes gobernaban el país —el presidente Jorge Blanco, del PRD—, señalándolos como “ladrones descarados”. Uno de los cuentos decía así:
Iban un grupo de presidentes en un avión, y cada uno debía adivinar, sacando la mano por la ventanilla, sobre qué país estaban sobrevolando.

El presidente norteamericano sacó la mano y dijo:
—Vamos pasando sobre EE. UU. —
Los demás gobernantes le preguntaron por qué, y él respondió:
—Porque se siente el intenso frío de Alaska. —
Otro presidente sacó la mano por la ventana y dijo:
—Ahora vamos por encima de la isla de Santo Domingo. —
Cuando le preguntaron cómo sabía que era República Dominicana, respondió:
—Oh, porque cuando saqué la mano, me robaron el reloj. —
Todo el mundo reía. Entendían que era por la fuerte campaña del PLD contra la corrupción, que incluso llegó a publicar un “álbum de la corrupción”. Señalaba cómo los funcionarios de esa época del PRD presuntamente eran “vulgares ladrones”, que se habían enriquecido de la noche a la mañana.
El maestro de ceremonias leía cartas que enviaban a Bosch desde distintos puntos del país y del mundo, felicitándolo por su cumpleaños.
Cuando tocó el turno a Bosch, el estadio se estremeció de aplausos, gritos, consignas, mostrando que había llegado quien la gente amaba de corazón.
El animador gritaba:
—¡Tengan cuidado, que está temblando la tierra por la multitud que ha venido a esta actividad! —
Bosch caminó a paso firme hacia la tarima y comenzó a leer su discurso de un papel. Vino una brisa y le voló el papel, pero Bosch —con energía y buenos reflejos— lo agarró en el aire con las dos manos. La gente se reía.
Rápidamente, Bosch entonó la consigna:
—¡Aumento salarial, 300 pesos ya! —
Y agregaba:
—¡También para guardias y policías! —
Los aplausos se hicieron sentir.
En 1982, el salario mínimo del sector público era de 125 pesos. Los sindicatos vinculados al PLD encabezaron una lucha por su incremento. Pedían mejores condiciones de vida para los trabajadores.
Hoy, mirar atrás es escuchar nuevamente el rumor de aquella multitud morada, sentir el viento que jugueteó con el discurso de Bosch y recordar una época en la que la política se vivía con pasión, entrega y una fe casi mística.
Fuente: Valenzuela, R. (2025). Una crónica del viejo PLD. Investigación basada en hemerotecas, periódicos de la época, videos y material de un documental inédito del autor sobre Juan Bosch y la fundación del PLD en 1973.
jpm-am
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